EL TREN ESTANCADO (JULIO 2014)
Guardando las enormes distancias históricas, además de ideológicas, económicas y sociales, el Ecuador de hoy me recuerda como si fuera ayer, los días surrealistas del “socialismo desarrollado” nombre con el que Leonid Breshnev anunciaba al mundo que la Unión Soviética había alcanzado una supuesta fase superior del Socialismo, con la que se superaba definitivamente el capitalismo occidental, y que fue la etapa previa al Glasnost de Gorbachov y la posterior caída estrepitosa de la URSS.
Desde el punto de vista del análisis teórico, el pomposo título no tenía ni pies ni cabeza, pues Marx y Engels concibieron el socialismo como un modo de producción mundial, global, y no como un sistema limitado dentro de un solo país (o grupo de países) como era el caso de la URSS. Para los precursores del socialismo, en dicho modo de producción socialista mundial los hombres disfrutarían de gran bienestar, dada la generación de riqueza y alto grado de desarrollo tecnológico, cosa que sólo muy parcialmente se había logrado en el país de los soviets, en particular en ciencia y educación. El Estado (Marx lo veía como un instrumento de represión de una clase sobre otra) y las clases sociales no existirían, en vista de que la “dictadura del proletariado” (denominada también como “período de transición del capitalismo al socialismo) se encargaría de hacerlos desaparecer. Según ellos, la fase posterior al socialismo, sería la del comunismo.
Desde el punto de vista del desarrollo económico, la supuesta superioridad del “socialismo desarrollado” soviético no sólo que contrastaba totalmente con la teoría marxista, sino también respecto de su contraparte del sistema capitalista. A través de un mercado negro creciente, en gran medida controlado por el propio Estado, los soviéticos podían constatar la superioridad de los productos occidentales, en todos los órdenes, respecto de los soviéticos de muy mala calidad, lo que se traducía en frustración y abonaba al creciente descontento por la falta de libertad en un régimen totalitario que empezaba a resquebrajarse.
Con el propósito de calmar la creciente insatisfacción de los ciudadanos, desde finales de los 70 e inicios de los 80, sobre la base de la explotación de sus recursos naturales, el gobierno soviético inició un período de gasto sin precedentes en bienes importados que terminaron por minar la magra economía centralizada y la anticuada industria del “socialismo en un solo país”. De la noche a la mañana la nueva clase media rusa, altamente educada dentro de los límites de la austeridad revolucionaria, pero seducida por los niveles de bienestar y consumo occidental, se lanzó a las calles con todos sus ahorros para comprar ropa, perfumes, pasta de dientes, jabón, champú, zapatos, electrónicos, licores, y todo producto importado que aparecía por primera vez en las repisas de los almacenes ( y no sólo en los boutiques “beriozka” de la élite comunista) como si realmente se hubiera alcanzado una nueva fase de desarrollo económico y social. Gracias a un acuerdo con Fiat, también sobre la base del extractivismo, se instalaron plantas industriales y se multiplicó el consumo en vehículos que nunca igualaron la calidad de la firma original. Dicho gasto improductivo, la baja productividad, el gasto en armamento de la guerra fría, y la falta de libertad, terminaron por producir la debacle y colapso de la República de los Soviets.
A pesar de la comprensible fiebre consumista de esos años, resultaba sin embargo paradójico y estimulante escuchar a los soviéticos comentar que las cosas no estaban bien, y que la importación de bienes era sólo una manera de calmar su sed de libertad e inconformidad con el sistema. Su protesta, sin embargo, en lugar de manifestarse en las calles, se hacía mediante bromas y chistes sobre el sistema. Una de ellas, muy popular por cierto, era la comparación de la sociedad soviética con un tren estancado, en el cual tanto el conductor, en este caso Breshnev con su politburó, como los pasajeros, es decir el pueblo soviético, aparentaban estar en marcha, tomando champan, disfrutando el momento y evitando ver la dura realidad económica y social. Recuerdo asimismo, en mi trabajo como traductor en una institución soviética, los chistes que a manera de burla y protesta se generaban cada vez que salía una noticia sobre los supuestos títulos honoris causa y libros de Leonid Breshnev, parte de la tradición y propaganda estalinista del “culto a la personalidad”
Guardando como decía las distancias, entre un país subdesarrollado y pobre (en el sistema capitalista mundial) como el Ecuador, y una ex potencia militar y económica como lo fue la URSS, veo con una mezcla de tristeza y preocupación pero también de optimismo, repetirse un cuadro similar.
En base a los elementos teóricos señalados inicialmente, la sola idea de un “Socialismo del siglo XXI” dentro de los límites de los países bolivarianos no sólo que es impensable sino también ridícula. El socialismo desarrollado de Correa tiene varios nombres: del “socialismo del siglo XXI”, el del “milagro ecuatoriano” del “jaguar latinoamericano” el de la “revolución bolivariana y ciudadana”. La cruda realidad sin embargo es la de un país subdesarrollado que vive del extractivismo, que no cuenta con el capital humano adecuado para enfrentar los desafíos del siglo XXI, y cuyo régimen pretende ocultar la triste situación económico social con cifras maquilladas de reducción de una pobreza e inequidad social que es estructural, como es el caso de la supuesta creación de una gran “nueva clase media” de US 4 dólares diarios, con índices negativos en educación, empleo y productividad.
Un gobierno que da pasos de ciego en cuanto a infraestructura, que habla de eficiencia energética en el área petrolera sin haber invertido ni modernizado el sector, sin haber iniciado siquiera la construcción de una nueva refinería, y que se jacta de producir energía renovable para exportación con la construcción de plantas hidroeléctricas, técnica y financieramente cuestionadas, que destruyen la Amazonía. Un gobierno populista que gasta fortunas en repavimentar carreteras con fines electorales pero sin un plan vial para el desarrollo sustentable acorde a las necesidades y posibilidades del país. Régimen demagógico, que plantea una revolución educativa elitista, y un cambio de la matriz productiva, con astilleros, industria siderúrgica, plantas petroquímicas, con centros de investigación en biotecnología, nanotecnología y demás tecnologías de punta que se producen en los centros de investigación de los países desarrollados de occidente, sin ninguna posibilidad real de que esto suceda en la escala requerida para el desarrollo nacional, después de ocho años de gasto ineficiente y corrupción.
Un país cuyo gobierno ha fomentado el consumo improductivo, que se ha quedado sin dinero, que se ha gastado irresponsablemente el patrimonio nacional y que ahora para sostener su modelo autoritario populista acude al endeudamiento oneroso, y mendiga desesperado recursos en los mercados de capitales contra los que tanto despotricó, y que toma medidas para obligar al sector privado y al ciudadano común a entregarle sus recursos para supuestamente impulsar el desarrollo nacional.
Con relación a los personajes de la camarilla, el propio aparato propagandístico gubernamental se ha encargado de descartar cualquier intención altruista o disquisición filosófica que valga la pena, y por el contrario insiste en resaltar una propuesta tecno populista, de corte fascista, que en su ejercicio diario revela su mentalidad de nuevos ricos lumpen en el poder, escoria del capitalismo subdesarrollado, caracterizada por una cultura de tablado arrabalero, de afición por el circo politico y el discurso procaz, alrededor de la cual se ha instaurado un modelo antidemocrático y corrupto que degrada a la sociedad.
Mas allá de las diferencias y similitudes, como en la era de Breshnev en la URSS, hoy en el Ecuador estamos llegando al fin de la burbuja consumista, inflada por gasto populista irresponsable del correísmo, y comenzamos a presenciar una nueva forma protesta a través del humor. En artículos, caricaturas, en los programas de comedias, luego en las redes, videos de YouTube, en las conversaciones en el taxi, en el bus, en los corredores de las instituciones, en la tienda, en las casas, muchas veces en voz baja pero en aumento, el rechazo con ironía al correísmo se multiplica. Pronto la figura de un tren que aparenta estar marcha, embriagado por el champagne, pero que está estancado no podrá servir a la camarilla autoritaria para controlar el descontento popular que saldrá a expresarse con fuerza a las calles. Esperemos sin embargo que en la próxima etapa de la política ecuatoriana no venga un Boris Yeltsin “salvador” y “privatizador” de la Patria, del propio Alianza País, a pretender otra vez refundarnos.