ANALISIS CRITICO DEL DISCURSO CORREISTA Y CRISIS DE IDENTIDAD NACIONAL por Gustavo Palacio

Un buen número de historiadores y sociólogos coinciden en señalar que una de las tareas fallidas y/o inconclusas de los Estados Latinoamericanos ha sido la creación y formación de una identidad nacional, necesaria para alcanzar la “Modernidad”.

Si ampliamos la idea, esto significa que la falta de una identidad nacional con la que se sienta representada (identificada) la mayoría de la población, no ha permitido la construcción exitosa de una sociedad inclusiva y un estado moderno, con instituciones democráticas fuertes.

En opinión de los estudiosos del tema, el nivel de desarrollo y fortalecimiento de la identidad nacional depende del grado de cohesión social y aceptación de la diversidad étnica, especialmente importante en el caso de América Latina.

Esta forma de entender la modernidad y el desarrollo del capitalismo (bajo su versión del estado de bienestar) en términos de identidad nacional y su impacto en la institucionalidad, adquiere sentido específico cuando consideramos el caso ecuatoriano. Como muchos otros países latinoamericanos, con procesos identitarios inconclusos de similares características, el Ecuador constituye un ejemplo de dicha condición histórica “fallida” , que otorga al país una condición de “pre modernidad”, con un estado deformado, populista y clientelar, débil institucionalmente y que conculca los derechos de los ciudadanos, en un contexto de discriminación étnica y social.

En nuestro pequeño pero mega diverso, pluricultural y multiétnico país, existen normas y códigos claramente excluyentes, que forman parte de una jerarquía social basada en el “blanqueamiento” (etnocéntrico) heredada de la época de la colonia y de su sistema de castas, que escinde la sociedad, y que ha jugado un papel negativo en la formación de la identidad nacional. Normas y códigos sociales y culturales de ejercicio del poder, caracterizados por el racismo y la intolerancia hacia el otro, de aspiraciones de ascenso social discriminatorio, que se construye, difunde, reproduce a través del discurso, en todo lo que su complejidad simbólica entraña, que responden a roles y relaciones sociales en un contexto histórico determinado. Discurso que se ha venido trasmitiendo y reproduciendo de generación en generación y que llena todos los espacios de la cultura y la política.

En el contexto mencionado, varios latinoamericanistas, como el chileno Jorge Larraín, han identificado que en la historia de América Latina han habido varios ciclos de construcción de la identidad nacional y regional, acompañados de proyectos de fortalecimiento institucional, pero que han terminado en crisis, como intentos fallidos, en gran medida por no haber sabido superar la matriz de exclusión étnica y social heredada, a través del discurso, del pasado colonial.

El tema adquiere relevancia en la actual coyuntura, pues existe suficiente evidencia empírica para sustentar la hipótesis de que la reciente ola de gobiernos autoritarios (dictaduras civiles para algunos) en la región respondería a un nuevo ciclo (fallido nuevamente) de creación de la identidad latinoamericana, provocado en gran medida por un reordenamiento económico y social y el incremento de capas medias de la población en las últimas décadas, con una élite blanco mestiza y mestiza, que participa en el quehacer no sólo económico sino político y disputa el poder a las antiguas élites. Subrayo que se trata de un intento de forjamiento de identidad principalmente desde el discurso del poder.

En el caso ecuatoriano, este nuevo ciclo se ve claramente reflejado en el discurso político populista del régimen correísta. Como sabemos el discurso populista siempre se presenta con una formula dicotómica, binaria y maniquea de la sociedad, con la tradicional división de los buenos y los malos, con el líder como la encarnación de los primeros. Eso es lo que hace Rafael Correa, pero acentuando la confrontación sobre la base de “diferencias” étnicas y sociales, entre los que el llama los pelucones: blancos rubios, altos ojos verdes, (que él admira) versus el resto de la sociedad: el pueblo, el cual él dice representar.

En un reciente trabajo académico que tuve la oportunidad de realizar sobre el tema, me fue posible identificar desde la óptica del “análisis crítico del discurso”, en el discurso populista de Rafael Correa, la creación y reproducción de varias identidades, las cuales sobrepasan la mencionada visión dual de las identidades explicitas en el discurso populista. Así, en primer termino, en contraposición a la oligarquía conformada por los “malos” pelucones blancos, rubios, altos, de ojos claros, Correa desarrolla de manera unívoca la identidad de los blancos mestizos buenos. Según Correa, estos “blanco-mestizos” altos, educados, son los buenos ciudadanos que respaldan la revolución ciudadana y que van a transformar la sociedad.

Para Correa el ideal del ciudadano ecuatoriano de la revolución ciudadana (una especie de relanzamiento de la raza cósmica) debe ser a su imagen y semejanza. Es decir, un profesional “exitoso” de clase media y alta, parte de la gente que el llama “decente”, que emula el fenotipo blanco europeo, que asiste a los homenajes de “desagravio” que hace para los miembros de su gabinete. En un segundo plano, en una escala inferior, con distinta valoración, pero siempre por debajo de los blanco mestizos que él considera representar, Correa recrea las identidades de los que él cataloga como: “esos cholitos”, los “morenitos” (afro descendientes), esos “indígenas ridículos” y “longos” incivilizados, cuyo acento serrano imita en son de burla y escarnio político.

De todas las identidades de Correa, la que más sobresale en su discurso es la de él mismo: el “súper hombre” el “héroe blanco mestizo, de ojos verdes, alto, de “hermosas” facciones (una especie de Rock Hudson criollo), con PHD, hombre de excepcional talento y cualidades, de mundo, educado en el exterior, que “habla” varios idiomas de manera fluida, justiciero, confrontador, el líder que es capaz de sacrificarse por su pueblo y permanecer en el poder indefinidamente con la noble misión de civilizar y redimir al país entero.

Esa imagen construida por él de sí mismo, es a su vez el ideal que inspira a la élite “meritocrática” y de nuevos ricos. Allí están en primera fila sus amigos y colaboradores cercanos, de similares características identitarias: los Alexis Mera, los Alvarado, los Patino, los Glass, los Jalk, los Samán, los Antón, los Eljuri, los Kabalan Abisaab, las sumisas Nataly Cely, las Baki, las Ribadeneira, las Alvarado, entre otros.

Ellos son los nuevos buenos “pelucones blanqueados”. Son la élite que disputa el poder político a la “vieja oligarquía” también blanco mestiza, también blanqueada pero de tiempo atrás, por la que Correa siempre muestra especial interés y admiración (las peluconcitas de gafas preciosas), por sus apellidos “rimbombantes” pero que rechaza por su “egoísmo”, por su ignorancia y torpeza por no saber incluso llevar con inteligencia su propia condición de explotadores. Opinión respecto de la cual, al parecer, está verdaderamente convencido.

El sueño del ideal correísta es así una identidad híbrida (semicolonial) con una actitud ambivalente de amor (admiración) y odio hacia la “vieja” élite, que se proyecta igualmente, incluso en el ámbito personal, respecto de Europa y Estados Unidos. Basta ver una de los fotografías de Correa, posando para las cámaras como acostumbra, con una de sus nuevas gafas, con alguna de sus camisas “folklóricas” especialmente diseñadas, combinadas con finos trajes occidentales, ostentando uno de sus lujosos relojes, y acompañado de sus perros de raza, para percibir dicha identidad.

Al inicio de la “revolución ciudadana” Correa, a fin de contentar a los diferentes grupos de electores y lograr sus objetivos de concentración de poder, se presentó como el promotor de una nueva identidad nacional incluyente, para todos y todas. Al poco tiempo, sin embargo, a través de su discurso emprendió la construcción de su imagen como líder único de un sector de la clase media blanco mestiza con la que él se sentía identificado. El resto de los sectores sociales pasaron a ser tratados con una visión paternalista y autoritaria y a ser sujetos de acoso “bullying”, división y chantaje político. Expresiones culturales de ejercicio del poder despótico y de creación de identidad vertical asimilados por Correa desde su juventud, bajo la influencia cultural y del discurso político de determinados estratos de la sociedad, en particular de Guayaquil.

Bajo dicha postura encumbrada de Correa, favorecido por un andamiaje que le otorgaba el control de todos los poderes del Estado, dichos sectores sociales pasaron a ser catalogados ya no como los ciudadanos de la revolución, sino como los pobres e ignorantes que requieren de ayuda para elevar su nivel social y ser incluidos por el Estado benefactor. El Estado es imaginado por Correa como el gobierno semicolonial de los blanco mestizo educados que lo idolatran. Gobierno cuya “innovación” en ciencia y tecnología consiste en imitar la “excelencia” burocrática de los países de Europa y Estados Unidos, así como su modelo de enseñanza y universidades. Esta circunstancia explica la coincidencia de criterios entre Correa y políticos conservadores del siglo XIX, como García Moreno y Domingo Sarmiento, que aspiraban a traer el iluminismo europeo a los incivilizados ecuatorianos y argentinos.

Finalmente Correa en los años recientes ha optado por crear y pretender imponer a la sociedad ecuatoriana una identidad suprema, de un ser “divino” de cualidades extraordinarias. Es obviamente la de él mismo, pero ahora como el “salvador”. Cabe recordar que Correa se ha comparado con el Papa Francisco y con Jesucristo, y que equiparó al pueblo ecuatoriano con los judíos, insinuando que estaría dispuesto a ser crucificado por dicho pueblo, si era necesario: “De un domingo a viernes, tiempo de acuerdo a la tradición, las mismas manos que batieron palmas para recibir a Jesús como rey, se levantaron en puños para pedir su crucifixión precisamente por ¡creerse rey! Manipulados por los hacedores de “opinión pública”…Los poderes fácticos de aquella época”. Según Correa esto sucede debido al estado de ignorancia en que se encuentra sumido el pueblo ecuatoriano y a la manipulación de la derecha.

Así, con esta visión mitológica de la realidad y de sí mismo, Correa termina confrontado con todos los sectores que conforman la sociedad, con el pueblo “incivilizado” del Ecuador. Sólo quedan él y su séquito contra el resto de la sociedad, que son sus súbditos rebeldes y que, paradójicamente para Correa, incluyen a un significativo sector blanco mestizo educado que lo desprecia y rechaza.

Estimo que el mencionado análisis sobre discurso e identidad en el Ecuador brinda nuevas luces para entender la dinámica social y política ecuatoriana, incluida la actual situación de crisis que vive el país, pero es obvio que requiere un estudio aún más profundo.

Una de las ventajas que de manera particular ofrece este enfoque es respecto de la perspectiva tradicional del fenómeno populista ecuatoriano. Ayuda a explicar, por ejemplo, de manera más coherente cómo el discurso “tecnocrático” del régimen correísta, que prioriza el uso de la razón, concebida como ciencia y la tecnología (peligrosa en manos autoritarias), no es sino parte de una fachada identitaria vacía de contenido. Después de ocho años de Correísmo, la charlatanería tecnocrática se evidencia en el pésimo manejo de la economía, cuya consecuencia es una grave crisis de inusitadas proporciones que pone en riesgo la dolarización, el manejo ineficiente de la producción y comercialización del petróleo, la contaminación de la Amazonía, el endeudamiento exorbitante en condiciones onerosas e insostenible, el fiasco de Yachay y del pregonado cambio de matriz productiva, sólo para mencionar varios aspectos relevantes.

Desde una perspectiva más general, el análisis crítico del discurso relacionado al estudio de la creación de identidad proporciona elementos de juicio que cuestionan el planteamiento efectuado por Ernesto Laclau, recogido por varios intelectuales de izquierda que terminaron desencantados con el filósofo argentino, sobre el supuesto beneficio que el populismo brindaría a la democracia. Esto debido a que la creación de una identidad nacional, latinoamericana o ecuatoriana requiere de una relación horizontal entre todos los ciudadanos, entre gobernados y gobernantes y no una vertical como lo presupone el populismo esbozado como ideología por Laclau. Situación que favorece el autoritarismo y recrudece la violación de los derechos humanos. Cabe aquí la reflexión de que en el caso de América Latina históricamente el populismo es consecuencia de la crisis de identidad (y no al revés), a la vez que la retroalimenta.

El análisis crítico del discurso en la formación de la identidad nacional permite asimismo explorar la destrucción de la institucionalidad que acarrea el populismo y pone al descubierto el simulacro de construcción de una nueva. Descubre la retórica que manipula el deseo “natural” de la población de reconocerse con dignidad, de ser alguien con reconocimiento social dentro y fuera del país. Retórica que acompañada de prácticas clientelares termina degradando al individuo y socavando las estructuras institucionales. El análisis crítico del discurso en el caso del discurso correísta revela como el populismo se aprovecha de la institucionalidad destruida para montar una estructura de poder y reproducir una jerarquía social arcaica con el líder y una nueva élite a la cabeza, que en el caso ecuatoriano, como en el resto de los países de la Alba, requiere un proyecto antidemocrático de tiempo indefinido.

Bajo la perspectiva planteada, Correa es el resultado de varios discursos heredados, que gravitan alrededor del ejercicio del poder, la gran mayoría de ellos retrógrados, racistas, autoritarios, de tradición populista, denigrantes para la nacionalidad ecuatoriana. Discursos simbólicos, donde tanto significados como significantes son permanentemente trastocados con fines de propaganda política partidista.

El análisis crítico del discurso correista, después de ocho años en el poder, permite inferir también que la actual crisis política parecería significar el fin del nuevo ciclo de intento (fallido nuevamente) de creación de la identidad nacional, caracterizado por la confrontación entre el súper hombre blanco mestizo racista, idealizado y representado en Rafael Correa y el resto de identidades excluidas y denigradas en su discurso, que ahora buscan su reivindicación.

Es posible que la actual lucha por el retorno a la democracia liderada por los movimientos sociales, principalmente por el movimiento obrero e indígena, a los que se suman los maestros, estudiantes, jubilados, médicos, así como varios sectores medios blanco mestizos y mestizos, del sector público y privado, en particular de Quito, que rechazan la visión social semi colonial del correísmo, signifique el inicio de un nuevo ciclo que impulse la construcción de una identidad nacional ecuatoriana sobre la base de la cohesión social y la aceptación de la diversidad cultural y étnica.

Proceso que de ser exitoso permitiría liberar al Ecuador del autoritarismo y de prejuicios atávicos e iniciar la búsqueda de alternativas a la fallida modernidad, que recojan las advertencias formuladas por pensadores como Adorno y Horkheimer, con miras a la creación de una sociedad mas justa y digna para nuestros hijos y las generaciones futuras.

2 respuestas a ANALISIS CRITICO DEL DISCURSO CORREISTA Y CRISIS DE IDENTIDAD NACIONAL por Gustavo Palacio

  1. Karina Yacub dijo:

    Interesante artículo en donde solamente faltó definir lo que el autor considera «modernidad». Si parte de la respuesta es que la modernidad antepone la razón sobre la religión, el Ecuador sigue en el atraso. La influencia de la religión es también caso de estudio y sería interesante un reflexión sobre su papel bajo el gobierno de Correa.

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  2. Ruth Ofelia Muñoz Arce dijo:

    Un buen artículo sobre la construcción de la identidad nacional y como fue tratado este tema tema por el gobierno de Rafael Correa.

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