Parecería que siguiendo los viejos patrones racistas y coloniales la fuerza pública no tiene reparos en pegarles a los indígenas como si no fuesen seres humanos, en humillarlos y tratar de destrozar su dignidad. Ni el hecho de ser personalidades electas parece que protege a los indígenas. Salvador Quishpe, prefecto de Morona Santiago, y Carlos Pérez Guartambel, presidente de la Ecuarunari, fueron salvajemente golpeados.
Algunos seguidores de Correa creen que para apoyar a su líder tienen que inundar las redes sociales con mensajes que animalizan a los indígenas como violentos y salvajes. Líderes del correísmo que en su momento apoyaron a los indígenas, ahora guardan silencio y parece mirarían a otro lado y no a las acciones represivas y violentas del Estado.
Con el correísmo Ecuador ha retrocedido a los años sesenta, cuando insultar, animalizar y maltratar a los “indios” era la práctica comúnmente aceptada por los blancos y los mestizos. El recrudecimiento del racismo es otra obra de Correa que, por casi ocho años, pinta a los líderes de la Conaie como primitivos, atrasados, mediocres e ignorantes.
Con el afán de castigar y doblegar a Carlos Pérez Guartambel, la Policía agredió, detuvo, maltrató y trató de deportar a su compañera, la académica y periodista Manuela Picq.
Probablemente asumieron que era una gringa que rompía el tabú racista de enamorarse de un indígena. Parecería que no pueden aceptar que una rubia sea la mujer de un indígena y probablemente por esta razón se ensañaron en contra de la Dra. Picq, no solo para atacar a su pareja sino para castigarla por romper esta prohibición patriarcal de origen colonial.
Pero a la vez que el Gobierno recrudeció el racismo, muchos ciudadanos han apoyado a los indígenas. Durante la llegada de la marcha indígena a Quito observé la solidaridad y los aplausos de los moradores del sur. La redes están inundadas de reportajes en contra de la represión. Apelar al racismo para crear una solidaridad de los mestizos en contra de los indígenas es una arma burda de un gobierno que no puede procesar las demandas democráticas ni aceptar las críticas. Apelar al racismo es incitar a la violencia. Parece que para el poder está bien golpear y humillar a los indígenas, es más incita a que se cree una comunidad ciudadana mestiza unida en su repudio y odio a las demandas de los indígenas de la Conaie.
El correísmo, que se dice vocero de las demandas de los levantamientos indígenas de los 90, decantó en un gobierno que diferencia a los indígenas que aceptan incondicionalmente al líder, de los que tienen voz propia y no delegan su poder al caudillo. Mientras que los primeros son premiados con privilegios, los otros son estigmatizados como primitivos y violentos, son vejados de su dignidad y castigados por las fuerzas del orden. Por suerte, el racismo es resistido por muchos que no aceptan esta burda manipulación del Régimen.
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