
ENSAYO (borrador): FASCISMO Y MODERNISMO CORREISTA por Gustavo Palacio Urrutia
EL profesor inglés Roger Griffin (2005,2006,2009) ha realizado un amplio y reconocido trabajo de varios años sobre el origen y la naturaleza del fascismo en Italia y Alemania, el cual resulta pertinente para el análisis de fenómenos de similares características en la etapa contemporánea.
En su particular estudio sobre el “fascismo y el modernismo”, en Italia y Alemania, Griffin plantea que el fascismo puede ser considerado como una propuesta alternativa de “modernismo”, en respuesta a las angustias y trastornos ocasionados por la crisis de la modernidad y su fallida promesa de uso de la ciencia y la razón para alcanzar el mito liberal de la felicidad y el progreso social. Es importante destacar que el interesante enfoque presentado por Griffin es compartido en muchos aspectos por varios otros autores, entre los que cabe mencionar a Emilio Gentile (2003) y Stanley Payne (1980).
Griffin señala que la forma concreta como se expresó el fascismo italiano y alemán fue mediante el “modernismo revolucionario” populista y ultranacionalista, de cambio y transformación social, de creación del hombre nuevo (Ubersmersch), encarnado en la figura del caudillo carismático, como alternativa política para enfrentar la anomia social provocada por las continuas crisis del sistema capitalista, la decadencia de la cultura de la sociedad burguesa, la burocratización del “moderno” Estado Nación descrito por Max Weber.
Según la interpretación de Griffin, en términos más concretos, el fascismo se encubó en medio de una larga crisis política y económica, a lo largo de un período de gran efervescencia social y cultural, que propició el surgimiento de innumerables propuestas (modernistas) de contenido rebelde y cambio social, que tenían en común el afán de trascendencia, para generar una nueva modernidad.
En Alemania, muchas de ellas tuvieron lugar durante la “República de Weimar”, como fue el caso de la constitución del mismo nombre, considerada una de las más progresistas en la Europa de comienzos de siglo. Con esta se creó la república federal de Alemania, se aprobó el derecho al voto de la mujer, y se introdujo el llamado constitucionalismo social, que consagraba los derechos sociales en particular en lo atinente a la salud y al derecho al trabajo. La constitución de Weimar fue adoptada bajo el liderazgo de la social democracia alemana, justo al finalizar la primera guerra mundial y luego de la fallida revolución de los “espartaquistas” de enero de 1919, liderada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, asesinados por grupos paramilitares (Freikorps) de ultraderecha.
Una segunda ola de efervescencia, en búsqueda de un “aufbruch” bajo el liderazgo fascista, tuvo lugar, luego de estallar la grave crisis del 29, con el ascenso de Hitler al poder en 1933.
Si usamos una de las definiciones de “consenso” presentadas por Griffin sobre fascismo: “Una forma palingenésica de populismo ultranacionalista”, es posible deducir que su esencia “modernista revolucionaria”, fue la propuesta de carácter político, populista y ultranacionalista, de mayor éxito gracias a que supo articular bajo su discurso de la identidad nacional al resto de planteamientos de izquierda y derecha, muchas incluso postmodernas, a la par que otras pre modernas, retrógradas y arcaicas, pero que en buena medida constituían el reflejo de legítimas reivindicaciones del amplio espectro social y de la “crisis de conciencia” de la época.
Griffin argumenta, sobre la base de una abundante bibliografía, como los intelectuales y artistas de Italia, Alemania y otros países de Europa, abrazaron el fascismo, alrededor de la promesa de regeneración espiritual, pero también de modernidad de su “madre patria”.
En el caso de Italia, políticos, artistas e intelectuales de renombre de diversas corrientes como Garibaldi, De Annunzio, Gentile, Papini (creador del influyente medio “la voce” y autor de “Para el Duce, amigo de la poesía y de los poetas” ) , Soficci, Piacentini, Pagano, brindaron su talento para pavimentar el ascenso de Mussolini al poder. Este, gracias a su pensamiento pragmático y capacidad de sincretismo, construyó un discurso ultranacionalista con ideas de la izquierda y la derecha contemporáneas, así como del totalitarismo estalinista, e impulsó un movimiento multiclasista, de tendencia autoritaria, el “nacional socialismo”.
En la Alemania nazi es notable observar una línea de acción similar. El régimen fascista alemán promovió abiertamente diversos movimientos artísticos que abarcaron desde la arquitectura y las artes plásticas, donde predominaban la línea modernista de la Bau Haus de Walter Gropius y el arte revolucionario del movimiento Dada, hasta el cine, la literatura, el teatro, y la música moderna, en especial el jazz y el swing llegados de Norteamérica, la cual se difundía a través de programas de radio con audiencias de masas e individuos ávidos por disfrutar de la explosión de oferta cultural. En el ámbito industrial el régimen nazi también buscó estimular e incorporar a la producción nacional el desarrollo de nuevos y originales diseños vanguardistas que representaran el renovado espíritu de la Patria revolucionaria.
Un buen ejemplo de esta política es el de la cooperación del ingeniero checo nacionalizado alemán, Ferdinand Porsche, con el régimen de Hitler. Porsche, quien también fue tentado por el propio Joseph Stalin para que desarrolle un plan de industrialización para la URSS, recibió el reconocimiento internacional por sus modelos de avanzada y por el ingenioso diseño del automóvil del pueblo: el Volkswagen. Si bien debido a la guerra el proyecto no pudo cristalizarse, este simbolizaba en el ámbito de la tecnología industrial el ideal nacional socialista de modernidad. En lo social es importante mencionar el fortalecimiento del rol de la mujer en la sociedad, lo que iba de la mano de la revolución sexual de la sociedad. Este era el contexto de desarrollo e ímpetu cultural modernista en el que se construía el discurso fascista de culto a la superioridad de la raza aria, y se preconizaba al “volk” como unidad primordial de la nación y la Madre Patria.
Fue esta avalancha de propuestas “revolucionarias” modernistas, de un nuevo inicio en todos los ámbitos, de rechazo al pasado oprobioso, lo que causó la sensación de conmoción y de cambio social, de “aufbruch” y permitió mantener a la sociedad en vilo y bajo control durante largo tiempo, a pesar de la catástrofe a la que fue conducida bajo la égida de la irracionalidad nazi.
Griffin señala que paradójicamente dicha modernidad política revolucionaria se fusionaba para su legitimación con elementos simbólicos arcaicos e irracionales como la raza, la sangre, la Patria, el caudillo. Una forma moderna de sacralizar la política, de convertirla en la nueva religión, mediante la construcción de mitos, ritos y liturgias, usando las técnicas modernas de la propaganda de masas, sobre todo a través de la radio y el cine, así como del ejercicio de la política en forma de espectáculo.
Griffin explica que en el fascismo la representación simbólica y primitiva del poder se combina con la admiración y exaltación de la tecnología. Cita a Guy Debord (1967) para explicar que se trata del “arcaísmo técnicamente equipado. Su “erzsats” descompuesto del mito es retomado en el contexto espectacular de los medios de condicionamiento e ilusión de masa modernos”. Añade y aclara que, a diferencia de la concepción marxista que considera dicha relación como una aberración del capitalismo reaccionario, él concibe el fascismo como una expresión del “modernismo revolucionario…entendido como fuerza que perpetúa elementos arcaicos de la conciencia humana”. Dicho concepto según Griffin, sirve también para entender otros fenómenos revolucionarios (conservadores) de la época como el estalinismo.
Con el ánimo de brindar una visión holística del tema Griffin combina su visión sociológica y política de dicha relación con elementos de la psicología y antropología. Considera por ello que además del estudio del modernismo como una reacción a la frustrada modernidad, es importante tomar en cuenta que la mayoría de las disciplinas sociales concuerdan en que existe un instinto por la trascendencia que se activa en situaciones de amenaza al orden establecido. Dicho instinto está relacionado directamente con la construcción de identidad, auto estima, el sentimiento de pertenencia al grupo, que son fundamentales en la formación de los individuos y la sociedad humana y que adquiere especial importancia en la modernidad, cuando el ser humano puede gracias a la educación de masas y la cultura “mirarse a sí mismo”. Aspectos que coinciden perfectamente con el análisis concreto de la relación histórica del fascismo y el modernismo en Alemania e Italia fascistas.
Es cierto y es conveniente aclarar que de manera paralela al fascismo surgió un vigoroso pensamiento crítico libertario de izquierda, alternativo también al estalinismo, representado fundamentalmente por la Escuela de Frankfurt, cuyos miembros, la mayoría intelectuales judíos, fueron enemigos acérrimos y víctimas del régimen nazi. Es interesante notar que en el trabajo de Griffin sobre fascismo se percibe la visión crítica de dicho movimiento, sintetizada en el trabajo sobre “El Iluminismo” de Horkheimer y Adorno.
Cabe recordar también respecto de las propuestas modernistas de la época, que el fascismo coincide con la publicación de la magnífica obra de Heidegger, Ser y Tiempo, decisiva para el surgimiento del existencialismo, reivindicado por Sartre. La visión de Heidegger sobre el ser humano y su crisis existencial, coincide con la crisis de la modernidad, con la toma de conciencia de la sociedad, del individuo, que por primera vez se observa a sí mismo, pero en una situación de conflicto.
Estimo que el estudio de Griffin sobre la relación entre fascismo y modernismo, en base a un relevante escrutinio de la literatura académica sobre el tema, no sólo es revelador para comprender el proceso histórico del fascismo en Italia y Alemania, sino que es perfectamente aplicable y pertinente para entender el proceso de populismo autoritario que ha tenido lugar en los últimos años en varios países de América Latina, en particular en los países autodenominados como del Socialismo del Siglo XXI.
Dicha propuesta de análisis en base al enfoque de la reacción modernista resulta sumamente interesante tomando en cuenta la multiplicidad de coincidencias existente entre los mencionados procesos históricos. Fundamentalmente es necesario resaltar el hecho de que en ambos casos se presentan condiciones históricas similares de crisis económica, política y social, que preparan el terreno para el surgimiento del fascismo y del socialismo del Siglo XXI. De igual manera en las dos situaciones se produce una reacción social similar en términos de propuestas modernistas de cambio social, que son aglutinadas bajo lo que Griffin denomina como “Modernismo revolucionario”, en el marco de la crisis de modernidad del sistema capitalista mundial, la cual se ha mantenido latente a lo largo del siglo XX y del recién iniciado siglo XXI.
Es muy interesante constatar también que tanto en la Italia y Alemania fascista, como en las sociedades del Socialismo del Siglo XXI se produce un continuo reordenamiento de la estructura de clases, el surgimiento de nuevos y amplios sectores medios que irrumpen en el escenario político; la existencia de una cultura autoritaria, la prevalencia del discurso populista binario de la sociedad.
En ambos casos los regímenes supieron aprovechar dichas circunstancias históricas para articular a su conveniencia todo tipo de meta relatos y discursos tanto modernos, como pre modernos (arcaicos) y postmodernos, de derecha e izquierda bajo la égida de un proyecto político autoritario, ultranacionalista, populista y caudillista que reivindica sobre todo la identidad nacional y el mito de la Nación y la “Madre Patria”.
En el caso específico del Ecuador, fue a partir de los años 90 que empezó a gestarse una grave crisis económica y política que culminó con el congelamiento bancario y la debacle del sistema financiero a fines de siglo. Fue justamente durante el gobierno de Jamil Mahuad, cuando se adoptó la dolarización y que el Ecuador firmó la paz con el Perú, lo que dejó una sensación de derrota y pérdida de territorio, de degradación de la dignidad y orgullo nacional, en la conciencia social. El desánimo de la población se reflejó en un éxodo significativo de ecuatorianos al Exterior.
Cabe recordar además que fue en los años 90 cuando empezó a incursionar con gran fuerza el Movimiento Indígena en el Ecuador, el cual contribuyó a derrocar a varios regímenes antipopulares, así como a llegar al poder a varios movimientos populistas, incluido el de Rafael Correa.
En pocos años, desde 1996, en el Ecuador se sucedieron gobiernos depuestos por la ciudadanía en las calles, cuyas promesas de modernidad eran siempre incumplidas. El sistema de partidos políticos se resquebrajó, dando paso al surgimiento de movimientos ciudadanos y sociales, aunque también al resurgimiento del populismo y caudillismo. Estos contaron con la participación activa de nuevos actores políticos y sociales, las “nuevas clases medias”, que emergieron en toda la región latinoamericana en diferentes momentos del siglo XX pero que habían estado excluidos del quehacer político.
Poco a poco en el país se fue gestando un sentimiento de búsqueda de cambio del sistema político, económico y social. La actividad política fue de la mano de la vida cultural, en cuyos espacios se gestaron propuestas de transformación y modernización (algunas incluso postmodernas) que en conjunto simbolizaron el anhelo por una nueva sociedad y un país más justo e incluyente. No es casualidad que Alfredo Palacio, al asumir el mando en 2005, tras la “caída” de Lucio Gutiérrez, en medio de un acto político en las calles de Quito, hiciera un dramático llamado a “refundar el Ecuador”. Tampoco lo es el hecho de que Rafael Correa y muchos de sus colaboradores sean ex funcionarios del gobierno de la mencionada administración de Alfredo Palacio. Algunos de éstos funcionarios y tecnócratas incluso habían sido parte de los gobiernos de Jamil Mahuad y Gustavo Noboa, período durante el cual se registró una gran participación de los sectores sociales y surgieron expectativas de cambio.
Desde el primer día como Ministro de Economía Correa aprovechó para construir su plataforma electoral en base a la efervescencia política que se vivía en el país, lo que generó un conflicto al interior del gobierno y determinó su salida.
Correa, con el asesoramiento de un grupo importante de intelectuales de izquierda y de centro izquierda (social democracia) ilusionó al país con un discurso renovador que gustaba por su multiplicidad de propuestas modernistas, destinado a todas las audiencias y sectores sociales del país, y que al igual que en el fascismo europeo se aglutinaban alrededor del mito del resurgimiento de la patria y la reconstrucción nacional. En la campana electoral del 2006 si bien se negó cualquier simpatía por el socialismo marxista, sí se puso énfasis de manera pragmática en temas emblemáticos calculados en despertar sentimientos ultranacionalistas y chauvinistas: la salida de la base norteamericana de Manta, el no pago de la “deuda ilegítima”, la amenaza de enjuiciamiento al gobierno del Presidente Alfredo Palacio si no se declaraba la caducidad de la compañía Occidental, etc. De manera curiosa, posteriormente se llegó al extremo de presentar varias de los medidas tomadas por el gobierno de Alfredo Palacio en materia petrolera, como “logros” del régimen de Correa.
La profusión de propuestas e ilusiones modernistas fue objeto de discusión pública durante la Asamblea constituyente dirigida por los revolucionarios correístas. Una buena parte de ellas fueron recogidas en la nueva constitución del 2008: Derecho de la naturaleza, derechos de los grupos LGBTI, derechos de la mujer, derechos de los pueblos indígenas, derechos colectivos, entre muchos otros.
Un caso similar al de Ecuador, de crisis económica y política, de surgimiento de “modernismo revolucionario”, es el ocurrido en Venezuela, en donde el “Caracazo” de 1989 y el posterior intento de golpe de estado liderado por Hugo Chávez, prendieron las alarmas sobre la fragilidad del sistema democrático en la región. En general fue la antesala de una era de populismo autoritario y de propuestas modernistas en varios países de la región, incluidos Brasil y Argentina, con regímenes afines al socialismo del siglo XXI.
Un elemento adicional que abona a la lista de elementos comunes, que llama la atención por su carácter cualitativo, tiene que ver con las coincidencias ideológicas de ambos procesos. Un ejemplo relevante en este sentido lo proporciona la concepción del Ernesto Laclau sobre populismo como potencial agente del cambio social, inspirada en el pensamiento del ideólogo fascista Carl Schmidt.
Según el filósofo argentino, considerado uno de los más importantes ideólogos del Socialismo del Siglo XXI, el populismo consiste en un “conjunto de prácticas discursivas que construyen un sujeto popular” sobre la base de una cadena equivalencial de demandas sociales. Es claro que Laclau, con su propuesta de construcción de una ideología populista, deseaba resolver el problema de la falta de una fuerza revolucionaria como la “clase obrera”, lo suficientemente numerosa y decidida para producir los cambios sociales requeridos, conforme lo había previsto Marx en el siglo XIX pero que el curso de la historia se había encargado de desvirtuar.
El aporte teórico de Laclau y su esposa Chantal Mouffe, evidencia sobre todo el alto grado de colaboración brindado por instituciones y grupos de académicos e intelectuales latinoamericanos en la elaboración del discurso autoritario, populista y ultranacionalista, como eje aglutinador de las diferentes propuestas modernitas. Aporte que al igual que ocurrió con el régimen nazi, se extendió al ámbito jurídico y constitucional para la implementación de un sistema dictatorial y totalitario.
Finalmente, tanto en el fascismo europeo como en el socialismo del Siglo XXI dicha producción del discurso populista y nacionalista se vio acompañada del montaje de un aparato de propaganda sin precedentes que buscaría seducir pero también fomentar el miedo para forjar la lealtad de la población al régimen. En Ecuador se siguió prácticamente al pie de la letra el esquema de propaganda ejecutado por Hugo Chávez, en particular de su programa “Halo Presidente”, mediante los llamados “enlaces ciudadanos”.
Tanto en el chavismo como en el correísmo se invirtieron enormes recursos para montar un enorme aparato de propaganda estatal, que reproduce la política del espectáculo fascista ideado por Mussolini y perfeccionado por Hitler a través de Joseph Goebbels. Resulta muy interesante notar que los hermanos Alvarado, conocidos publicistas del correísmo, han hecho público la determinación del régimen de “podar” a los medios de comunicación, y de esa manera restringir la libertad de expresión, a través de un “Estado Jardinero”. Metáfora que fue popularizada por Federico el Grande de Alemania, representante insigne del despotismo ilustrado, y que fuera también utilizada posteriormente por el nazismo.
Es claro que para la implementación del esquema populista revolucionario y modernizador de ambos procesos históricos resultó fundamental el manejo de la economía y la obtención de recursos económicos. El caso de Hitler resulta en este sentido paradigmático. Este impulsó una política de gasto público acelerado y endeudamiento abultado con miras a fortalecer el proceso de industrialización que aunque tardío había sido altamente eficiente desde mediados del siglo XIX.
Un eje fundamental de esta estrategia de desarrollo fue la construcción de un complejo militar industrial con la participación del sector estatal y privado que respondía a la visión geopolítica ultranacionalista del caudillo alemán. Parte fundamental de su esquema fueron la emisión de bonos para pagos a la empresas, las expropiaciones, el saqueo de la riqueza de la burguesía judía y de las naciones ocupadas por el ejército alemán, así como la explotación de mano de obra esclava impuesta a los millones de prisioneros del régimen. Con la guerra dicho modelo de economía militarizada y de guerra, no sustentable, terminaría por colapsar.
Los países del Alba aplicaron un modelo de gasto aún menos eficiente, no productivo, basado en el alto precio de las materias primas, así como en la existencia de una economía subterránea vinculada a la corrupción y el narcotráfico, que si bien incentivó el consumo de las masas y permitió un mayor apoyo de la población, terminó por evidenciar su poca sostenibilidad.
En el caso del Ecuador los ideólogos del Socialismo del Siglo XXI plantearon el desarrollo de una “nueva matriz productiva” basada en el “conocimiento” siguiendo supuestamente el ejemplo de Corea del Sur y los “Tigres del Asía”. Los resultados sin embargo, a pesar de los ingentes recursos recibidos por los altos precios del petróleo, son totalmente negativos. El régimen correísta siguió un esquema de gasto público acelerado pero ineficiente que se concentró en la construcción de obras de infraestructura que respondían más a los delirios de grandeza ultranacionalistas del caudillo que a un plan de desarrollo sostenible.
El gasto sin control si bien benefició por varios años al sector financiero, la construcción, el comercio, el turismo, el sector de la salud (con fines políticos), terminó por tener un impacto inflacionario y encarecer los costos de producción a nivel global, afectando a toda la economía, en particular a la industria y agricultura. Por otro lado, la falta de inversión privada por casi una década, el abultado y costoso endeudamiento externo, el exceso de tasas impositivas, y la reducción obligada del gasto público producto de la caída de los precios del petróleo, han creado una situación de crisis inmanejable que amenaza con hacer colapsar al otrora beneficioso esquema de la dolarización.
Cabe indicar que al igual que ocurrió en el fascismo europeo, las reformas políticas, económicas y sociales introducidas por los países del Socialismo del Siglo XXI produjeron un proceso de redistribución de la riqueza importante. En Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua (así como en Argentina y Brasil), se observa el surgimiento de la llamada “Alba burguesía”, el cual está vinculado también a procesos de acumulación vía la corrupción o la vinculación con sectores de la economía ilegal y subterránea de la sociedad.
Me permito señalar que en varios artículos y ponencias publicadas he señalado el tema de la crisis de modernidad y de identidad nacional como una de los elementos clave a considerar para el análisis del correísmo. Fundamenté dicha opinión en los trabajos de Benedict Anderson, Erik Hobsbawn, Jorge Larraín. Expuse desde la perspectiva del análisis crítico del discurso elaborada por Teu Van Dic, Norman Fairclough, Ruth Wodak, que en sus inicios el correísmo represento el ideal de la identidad nacional de manera binaria, pero siempre desde un sesgo étnico y racista.
Así, sobre la base del estudio realizado identifiqué como Correa presentó a los “pelucones” blanco mestizos como los enemigos de la revolución y el pueblo. Mencioné que poco a poco dicho discurso empezó a descomponerse en varias identidades contradictorias, en las que predominaba una identidad blanco mestiza hibrida central, encarnada en él, así como otras consideradas enemigas de la revolución y/o inferiores, en particular en términos de su etnicidad: cholos, longos, negros, indígenas. Plantee que el régimen correísta había representado un nuevo intento, infructuoso, de la sociedad ecuatoriana por construir una identidad nacional “moderna”, multicultural y multiétnica, con la cual pudiera identificarse. Esperanza que había sido parte de un proceso regional latinoamericano, que se había desvanecido y que había dado lugar a un nuevo ciclo de crisis identitaria.
Respecto de la identidad híbrida, representada por Rafael Correa, en un trabajo anterior indiqué que ésta revelaba la existencia de un determinado sector de la sociedad, de estratos medios y de grandes apetencias de poder acumulados, que abrigaban un sentimiento contradictorio de amor y odio respecto de lo que en el imaginario de la estructura social ecuatoriana representa el sector “blanco” (blanco mestizo) que ha detentado el poder económico y político en el país previo la revolución ciudadana. Dicha identidad híbrida estaría articulada alrededor de una visión profundamente racista, donde se exalta al “nuevo hombre ecuatoriano” asumiendo como referente el ideal etnocéntrico anglosajón, al que se pretende negar y emular simultáneamente. Visión que también explica el reiterado discurso y la campaña civilizatoria por parte del caudillo para “modernizar” (al estilo de occidente desarrollado) al Ecuador multiétnico (mestizo e indio) y pre moderno.
Este elemento podría ser importante para entender también las diferencias entre los líderes fascistas europeos y el caso de Rafael Correa. En el caso de los primeros explicaría el porqué de la total identificación del líder carismático con su pueblo. En el caso del caudillo ecuatoriano, sirve para entender como el otrora líder de masas, considerado a si mismo ente superior a su pueblo, devino en un fantoche arrogante despreciado por las masas e incluso la propia clase media blanco mestiza.
En base a la comparación y análisis presentado, más allá de las reflexiones señaladas, pienso que existe suficiente evidencia que justifica un estudio académico serio y extenso sobre la relación que existe entre el trabajo de Griffin con relación al modernismo y el fascismo y la experiencia de los regímenes del socialismo del siglo XXI, en particular en el Ecuador. Dicho estudio debería incluir y abordar el debate entre los cientistas sociales sobre si existe una relación significativa entre populismo y fascismo a la luz de la crisis de modernidad.